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La segunda parte de los Cuentos de mi vida, tiene otra dimensión. Es sin duda la continuación de la historia de un recorrido de vida − bueno, malo o mediocre − que los lectores juzgarán según sus propias interpretaciones; o más que ellos mi descendencia − las ramas − que es la que tendrá que enorgullecerse o no de este tronco que creció de aquella raíz originaria la cual por necesidad, aunque no  exenta de espíritu de aventura, vino a plantarse en esta tierra de gracia, la Venezuela querida, que come el ave fénix, por más que malos hijos traten de destruir, resurge cada vez más exuberante que antes. No son, ahora, los recuerdos del pasado, aquellos que venían a flote entre bancos de neblina y que por ende daban motivos para vuelos a veces imaginarios, como corolarios de la verdad indiscutible, con los cuales se pretendía crear alguna sensación de prosa poética. Ahora no. Ni siquiera el estilo es el mismo. Ya no se encontrará al escritor que narra en tercera persona y que a trechos se confunde con un protagonista que actúa con su nombre de pila. Ahora es el cuento tal como se vive a diario. Es la realidad que brinca a la vista cruda y amarga, esa realidad injusta y traicionera que te corroe el alma, y de la que sientes, sin embargo, la impotencia de no poder derrotar. Bueno, claro, también aparecerá uno que otro resumen de vivencias alegres. Pero en general el dolor de habernos cruzado con los tiempos más oscuros de este país hermoso víctima de las palabras de un triste predicador − engañosas como las medusas que te cautivan por sus colores  y formas cuando las ves en procesión en las aguas cristalinas pero que te arden las manos y el cuerpo si te rozan − han despertado en la pluma del escritor más la intención del prosador que hace la crónica poniéndose como protagonista, que la del poeta que llora sobre el recuerdo de un pasado que, si bien azaroso a veces, fue en todo caso maravilloso, pues siempre tal es el ímpetu de la juventud avasallante cuando se vive en toda su intensidad.

         La novedad en la arquitectura – vale decir el diseño de narración − es que se empezó por el final. Sí. Se empezó por el Epílogo el cual, sin embargo, en la cronología, ocupará el puesto que le corresponde: el final del cuento. Siempre he tenido la curiosidad de saber cómo sería mi muerte, qué se siente cuando llega, por qué se teme, cuál es el destino del alma. Cerré, pues, los ojos y escribí de un solo tirón lo que está escrito. Así me lo imaginé. Lo vi como en una película que te cautiva, y te entristece cuando termina y lees en la pantalla la palabra FIN, porque por la belleza de los fotogramas quisieras que continuara hasta que el éxtasis se apodere de tu ser completo. Tendré que volver a menudo sobre ese capítulo, no para modificar el cuento porque siento que no soy yo el autor sino una mente ajena que lo dictaba, y lo que no es tuyo no se toca. Solo para estar atento a actualizar cada día, cada momento, la fecha aproximada del desenlace. En el sueño me apareció que “Era una mañana de cielo azul soleado de un día cualquiera de este nuevo siglo, cercano a la tercera década”. Pero, ¿quién sabe? Puede ser antes. O puede ser después...

         Finalmente, estoy convencido de que esta segunda parte de los Cuentos de mi vida no verá la luz durante el resto de mi vida. A ningún editor pueden interesarle las crónicas de un semidesconocido en las que, aunque abunde el factor histórico y social, él pretenda colocarse como protagonista narrando sus propias vicisitudes. Por eso, para que no desaparezcan como las hojas secas en el otoño cuando el viento las barre sin que de ellas nunca se sepa adónde fueron a parar, se guardarán en el archivo universal de la web – el gran invento de la humanidad – para que de repente puedan correr con mejor suerte si alguien hace el involuntario hallazgo algún día, y considera que vale la pena conservarlas como un testimonio más de la historia minuta.

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